Todo pintaba bien, celebramos el cumpleaños de una amiga y teníamos la mejor de las actitudes, estábamos todas con energía para bailar toda la noche y así fue. Mi primer salida al mundo de los adultos fue todo un éxito reímos sin parar, nos divertimos, bailamos hasta más no poder y lo pasamos en general muy emocionante.
Al día siguiente y cómo era lógico estaba cansadísima, pensé que podría dormir un poco en el transcurso de la mañana, tomar la siesta con mi bebé y todo estaría estupendo. Para mi sorpresa lo que encontré fue una casa llena de niños inquietos y confusos debido al cambio de rutina y pidiendo a gritos la atención de mamá.
Estaban tan apegados a mí, que el día paso de ser un día normal como todos, a ser un día pesado y difícil debido a la falta de descanso por mi parte, al darme cuenta que no iba a poder descansar de la manera que había planeado tuve que poner en la balanza mis prioridades y decidí levantarme de mi cómoda cama para atender a mis hijos. El día fue tan pesado que hasta llegue a preguntarme si había valido la pena salir la noche anterior con mis amigas, pues mis hijos seguían confusos y llorones pues al despertarse en la madrugada, mami no estuvo para consolarlos, entonces me volví a preguntar, ¿Sí en realidad valió la pena? y es ahí cuando me di cuenta que a veces hay que saber apreciar y entender las etapas que nos presenta la vida.
Ya más tranquila y concentrada decidí hacer la comida, Comimos, salimos a la compra, acudimos a una fiesta de niños y cenamos en casa, porque no importa que tan cansada esté, mis hijos siempre serán mi prioridad por sobre todas las cosas y así al terminar de acostarlos decidí dejar la cocina con los platos sucios, la ropa sin tender y la sala desordenada, me fuí a dormir al mismo tiempo que mis hijos y caí rendida.
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